Nací en la entrañable Cochabamba, un
seis de febrero de 1904. Augusto Céspedes Patzi de nombre, aunque muchos me
conocieron y temieron por mi apodo: "Chueco". Desde muy joven, la
política y las letras me llamaron. En 1927, junto a Carlos Montenegro y otros
jóvenes disidentes del liberalismo, participé en la fundación del Partido de la
Unión Nacional, impulsado por el presidente Siles. Aunque ese proyecto no
prosperó, sembró la semilla de futuras luchas.
Fui un hombre del Movimiento Nacional
Revolucionario, un director comprometido con sus ideales. Cuando la Guerra del
Chaco ensangrentó nuestra tierra, empuñé la pluma en lugar del fusil, sirviendo
como corresponsal de guerra para el periódico El Universal. Mis crónicas desde el frente, descarnadas y sin
adornos, reflejaron el horror y la estupidez de aquel conflicto, y años después
se recopilaron en el libro Crónicas
heroicas de una guerra estúpida.
Como periodista, fui temido y respetado
a partes iguales. Mi crítica era devastadora, mi estilo mordaz, de ahí mi
sobrenombre. Fui uno de los fundadores y el cronista principal de La Calle, un diario que combinaba el
periodismo de combate con una sátira letal, desnudando las miserias del poder.
También dirigí La Nación en La Paz,
marcando la línea política de nuestro movimiento.
Mis relatos cortos de Sangre de mestizos, publicados en 1936,
se convirtieron en un clásico de la literatura boliviana, retratando el alma
mestiza forjada en el dolor del Chaco. A esta obra le siguieron otras que
marcaron mi visión de Bolivia: Metal del
diablo, donde desnudé la voracidad de los barones del estaño; El dictador suicida, un retrato de
cuarenta años de nuestra convulsa historia; El
presidente colgado, sobre el trágico destino de Villarroel; Salamanca o el metafísico del fracaso,
mi ajuste de cuentas con el presidente de la Guerra del Chaco; y la novela Trópico enamorado.
También serví a mi patria en la
diplomacia, como embajador en Paraguay en 1945 y en Italia en 1953, llevando la
voz de Bolivia a tierras lejanas.
Finalmente, dejé este mundo en La Paz,
el 11 de mayo de 1997, con la certeza de haber vivido una vida intensa,
dedicada a la lucha por una Bolivia más justa y a plasmar en mis letras la
compleja realidad de nuestra nación.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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