Nací en La Paz, en 1879, en un país que aún temblaba con el eco de la Guerra del Pacífico. Vi cómo el alma de Bolivia se debatía entre el silencio del indio y el estruendo de una élite que no quería escuchar. Desde muy joven supe que no podía quedarme callado. La palabra, la escritura, la crítica… sería mi manera de intentar sanar una herida de una nación.
Muchos me recuerdan por Raza de Bronce , publicada en 1919, una novela que fue más que literatura: fue un grito. Un intento, quizás imperfecto, de mostrar al país el rostro indígena que había sido negado, silenciado, humillado. No quise exotizarlo, como hicieron otros; quise comprenderlo, retratarlo con el respeto que merece. Antes de mí, se hablaba del indio como símbolo; Yo quise hablar de su dolor, de su humanidad, de su lucha.
Mi espíritu crítico me llevó también al ensayo, al artículo, a la investigación. Fundé el grupo Palabras Libres con otros jóvenes de mi generación, que como yo habían nacido bajo la sombra de una guerra injusta. Viajamos, discutimos, escribimos. Intentamos pensar en Bolivia desde sus entrañas, no desde moldes importados, aunque también absorbimos ideas del regeneracionismo europeo: queríamos curar, regenerar, renovar.
Fui periodista con la misma pasión con la que fui novelista. Escribí columnas y ensayos en periódicos como El Diario , El Comercio , La Razón , porque sentí que el país necesitaba ser pensado todos los días, desde todas las trincheras. A lo largo de mi vida, firmé más de 140 textos en publicaciones periódicas.
Quizás fui un pionero del indigenismo, quizás fui también hijo de mis contradicciones. Pero nunca dejé de buscar una Bolivia más justa, más consciente de sí misma. Esa fue, al final, mi verdadera vocación.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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