Mi nombre es Bartolina Sisa. Nací el 24 de agosto de 1753 en Caracato, en el corazón de los Andes, donde el viento no solo sopla frío, sino también libre. Desde niña recorrí los caminos con bultos de coca y tejidos a la espalda. Aprendí a negociar, a observar ya escuchar los murmullos de la tierra. Fue así como empecé a entender el dolor que llevaban nuestras comunidades: la servidumbre, el desprecio, el abuso.
A mis 25 años, ya no podía quedarme vendiendo en las ferias mientras los nuestros eran humillados. Me uní a la rebelión. Junto a Julián, mi compañero de lucha y de vida —a quien la historia recuerda como Tupac Katari— tejimos un ejército de aymaras y quechuas decididos a cambiar el destino. En 1781, cercamos La Paz durante 109 días. Cerramos todos los caminos. Nadie entraba, nadie salía. La ciudad, antes altiva, sintió por fin el peso de nuestra dignidad.
Me nombraron virreina del Inca. ¡Virreina! Una mujer indígena, hija del sol, liderando batallones, organizando guerrillas, tomando decisiones al mismo nivel que cualquier hombre. Y eso les dolio más que nuestras lanzas. Me buscaron con rabia: más de 300 soldados intentaron atraparme. Pero resistí, una y otra vez, como lo hacen las montañas.
Al final me apresaron. No me quebraron. Morí el 5 de septiembre de 1782, colgada y descuartizada. Creyeron que mi cuerpo roto borraría mi historia. No sabían que las raíces que se entierran en el altiplano siempre vuelven a brotar.
Hoy, cada vez que una mujer indígena alza la voz, yo estoy ahí. En su lengua, en su fuerza, en su fuego.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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