Nací el 6 de octubre de 1879 en Ixiamas,
tierra húmeda y verde de la Amazonía boliviana. Soy hijo del pueblo tacana,
hijo del monte, del río y del silencio. Aprendí desde joven a leer la selva, a
escuchar sus secretos y a disparar la flecha con el mismo cuidado con el que se
cuida una vida.
Cuando la guerra del Acre llegó hasta
nosotros, yo ya trabajaba en las barracas de goma. Vi cómo los siringueros
brasileños invadían nuestras tierras, se apropiaban de nuestras barracas, como
si no existiéramos. Entonces, don Nicolás Suárez nos convocó. Era el año 1902.
Se organizó la Columna Porvenir, y a mí, que conocía el arco como una extensión
del cuerpo, me encomendaron la misión de entrenar a un grupo de flecheros.
Recuerdo ese 11 de octubre como si fuera
hoy. El enemigo estaba al otro lado del río, con su fortín lleno de pólvora.
Desde nuestra orilla, prendí fuego a mi flecha y la lancé con todo lo que tenía
el corazón. La flecha cruzó el aire, como si la guiara el espíritu del bosque,
y cayó justo donde debía. El fuego estalló y el caos se desató. Gritaron “¡Son
los indios! ¡Corran!”... y corrieron. Recuperamos Bahía, que hoy se llama
Cobija.
Después de la guerra, volví a mi tierra.
Cultivé yuca, maíz, café. Fui carpintero, hice mi vida con humildad. Me casé
dos veces, pero no tuve hijos. Viví entre árboles y recuerdos. Y cuando llegó
mi hora, el pueblo me cubrió con la bandera boliviana. Fue un adiós sencillo,
pero lleno de dignidad.
Muchos años después, el país que ayudé a
defender recordó mi nombre. Me declararon Héroe Nacional. Tardó, pero llegó.
Tal vez porque, como el vuelo de una flecha, la justicia a veces necesita
tiempo para dar en el blanco.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
Comments
Post a Comment