Nací en Ayata, en el departamento de La Paz, allá por 1892. Fui hijo de una tierra áspera y bella, donde el viento parece hablarnos en aymara y el cielo pesa sobre la conciencia. Desde joven sentí que la educación no podía limitarse a enseñar letras: debía enseñar dignidad.
Me formé en la Escuela Nacional de Maestros y luego en la Escuela Normal de Sucre, ese semillero de pensamiento que cambió mi vida. Allí conocí las ideas del racionalismo, del laicismo, del trabajo como eje educativo. Me marcaron profundamente las enseñanzas de Georges Rouma, ese gran pedagogo que nos enseñó a ver al niño no como un recipiente, sino como una llama que hay que avivar. Su influencia, unida a la mística del maestro Daniel Sánchez Bustamante, me dio las herramientas para soñar lo imposible.
Ese sueño tomó forma concreta en Warisata, la escuela-ayllu que fundamos el 2 de agosto de 1931. Fue mucho más que una escuela: fue una forma de vida, un centro de trabajo, de comunidad, de cultura. Allí no solo enseñamos a leer y escribir: tejimos ciudadanía, tejimos identidad. Rescatamos los saberes ancestrales, los combinamos con el conocimiento científico, y enseñamos que el pensamiento indígena no es pasado, sino futuro.
Nos decían locos. Pero cuando el presidente Germán Busch declaró el 2 de agosto como el “Día del indio”, supimos que habíamos encendido algo que ya no podía apagarse.
Yo creo en la ciudadanía construida desde abajo, desde las manos que siembran y los corazones que piensan. Por eso, si alguna vez oís hablar de Warisata, no penséis solo en un lugar. Pensá en una semilla, y preguntate si también estás dispuesto a sembrar.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
Excelente 💗
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