GABRIEL RENÉ MORENO


 Soy Gabriel René Moreno del Rivero, y nací en Santa Cruz de la Sierra, el 7 de noviembre de 1834. Hijo de Gabriel José Moreno Vaca de la Roca y Sinforosa del Rivero Cuéllar, crecí en una familia que valoraba la educación, el pensamiento y el servicio. Mi padre, abogado de firmes principios, llegó a ser ministro de la Corte Suprema de Justicia. De él heredé la disciplina; de mi madre, la sensibilidad.

Me eduqué primero en mi ciudad natal y luego en el Colegio Nacional Junín de Sucre, donde concluí mis estudios secundarios. Desde joven, sentí una inclinación natural por el estudio, por los libros, por el análisis riguroso de los hechos. A los 22 años me establecí en Chile, país donde viví la mayor parte de mi vida, aunque nunca dejé de pensar —ni un solo día— en mi Bolivia.

Estudié Filosofía y Derecho, aunque nunca ejercí como abogado. Mi vocación fue otra: el conocimiento, la historia, los libros. En 1864, obtuve una cátedra en el Instituto Nacional de Chile, y más tarde fui nombrado director de su Biblioteca. Allí comenzó una de las tareas que marcaría mi vida: elaborar catálogos bibliográficos con comentarios tan detallados que muchos los consideran verdaderos ensayos, biografías o estudios históricos.

Aunque vivía lejos, Bolivia fue siempre mi norte intelectual. Mi primera publicación importante fue un estudio sobre los poetas bolivianos. Regresé a mi país en 1871 y en 1874, y aproveché esos viajes para recorrer archivos, buscar documentos, copiar, anotar, preservar. Mucho de lo que hoy compone la Biblioteca Nacional de Bolivia y el Archivo Nacional se originó en ese afán mío de no dejar que se pierdan nuestras huellas.

Mi obra más ambiciosa fue la Biblioteca boliviana, una recopilación de más de 3.000 piezas, todas comentadas. A ella sumé también la Biblioteca peruana, y estudios sobre los archivos de Mojos y Chiquitos. Creí firmemente que sin documentación no hay historia seria. Mi intención fue siempre aportar al desarrollo de una historia boliviana rigurosa, científica, sin adornos.

También incursioné en la diplomacia. En 1863, colaboré con Tomás Frías en la misión boliviana en Chile, y más tarde, durante la Guerra del Pacífico, acepté un encargo delicado: llevar una carta del gobierno chileno al presidente Hilarión Daza con una propuesta que buscaba evitar el conflicto. Fui acusado de traición por ello, pero el tiempo —y la justicia— probaron mi inocencia. No buscaba traicionar a Bolivia, sino evitarle una guerra devastadora.

Tras ese episodio amargo, regresé a Chile. Allí continué mi trabajo con serenidad, entregado a mis estudios, a mis ensayos literarios, a mis críticas, a mis semblanzas. Publiqué textos como Elementos de literatura preceptiva, y retratos de figuras como Nicomedes Antelo y José R. Muñoz Cabrera.

Fui un hombre solitario, sí. Pero nunca fui indiferente. Mi pasión fue siempre la memoria, la letra, la verdad escrita. Morí en Valparaíso en 1908. Mis restos fueron trasladados a Santa Cruz en 1920. Allí descansan ahora, como debía ser, en la tierra que me vio nacer y que tanto me inspiró.

Quizás no viví para ser aplaudido, pero sí para dejar huella. Y si algo me consuela, es que entre documentos, libros y palabras, logré construir un puente entre el pasado y el porvenir de Bolivia.


Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy

Comments

Post a Comment