Nací un 23 de junio de 1751 en Ayo Ayo,
bajo el cielo del altiplano que siempre fue testigo y refugio de nuestra gente.
Mi madre, Marcela Nina, y mi padre, Nicolás Apaza, me criaron con respeto por
la tierra y por nuestras raíces aymaras. Fui hermana de Julián, el que luego
sería conocido como Tupac Katari, y junto a él, y con Bartolina, su esposa,
tejimos la llama de la rebelión.
No fui mujer de quedarse en casa. Cuando
el hambre y la injusticia nos aplastaban, me levanté. Fui generala de la
insurrección, dirigí campamentos, repartí botines entre los nuestros y empuñé
las armas. Muchos me llamaron reina, aunque yo solo obedecía a la voz de la
tierra y de los ancestros.
Durante 109 días, cercamos La Paz. El
viento helado y la firmeza de nuestros pasos rodearon la ciudad. Y cuando el
cerco fue roto, volví a alzarme. Conocí entonces a Andrés Tupac Amaru. Luchamos
juntos. Y también nos amamos. Su risa me devolvía calor en los momentos más
duros. Peleamos codo a codo, tomamos Sorata, soñamos con unirnos a las fuerzas
de su tío, Tupac Amaru.
Pero él partió… y no volvió. Y cuando mi
hermano fue capturado, fui yo quien reunió hombres y bajó a La Paz. Allí, entre
fuego y metralla, me atraparon. Me interrogaron, me juzgaron… y finalmente, me
mataron. Morí el 5 de septiembre de 1782, junto a Bartolina. Pero mi espíritu
—el de una mujer libre, fuerte, rebelde— aún camina por los Andes.
¿Acaso
no es justo seguir preguntando qué habría pasado si la historia la hubiésemos
escrito nosotras?
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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