HUMBERTO PALZA SOLIZ


 Nací en La Paz, en 1900, cuando Bolivia todavía curaba las heridas del siglo anterior. Crecí entre libros, montañas y la persistente pregunta por el sentido de las cosas. Fui abogado por título, pero por vocación, fui siempre un tejedor de palabras: novelista, poeta, dramaturgo, ensayista … y en mis ratos libres, quizás, un pensador algo obstinado.

Me formé con el fervor de quienes saben que la educación es una forma de rebeldía silenciosa. En 1921 recibí mi título de abogado, y pronto me vi envuelto en los asuntos públicos del país, ejerciendo cargos como el de Director del Departamento de Límites de la Cancillería. La patria, con sus linderos y sus luchas, también fue uno de mis escenarios.

Pero no era solo la política lo que me urgía: mi país me dolía y me fascinaba en partes iguales . Por eso escribí ensayos como El hombre y el paisaje de Bolivia , intentando comprender cómo nos forma la tierra que pisamos. Por eso también, cuando el país se estableció en 1952, me vi obligado a exiliarme en Chile. Fue un largo destierro, aunque la palabra –mi patria portátil– siempre me acompañó.

Regresé a Bolivia en 1963. Co-dirigí el diario Última Hora y seguí escribiendo, siempre escribiendo. Mis versos intentaban explicar lo que ni la política ni la historia podían: las pasiones humanas, las derrotas íntimas, las sombras del alma. Como escribí alguna vez:

“Gratitud nos debemos por habernos querido”.

Esa frase, como mi vida entera, es una mezcla de ternura y escepticismo.

He escrito teatro desde joven —Por mi novio el extranjero vio la luz en 1920—, y terminé mi ciclo con una novela, Soroche , publicada en 1970, donde la altura ya no era solo física, sino existencial.

Morí en 1975, dejando mis palabras al viento altiplánico. Que las recoja quien se atreva a pensar, sentir, y sobre todo, recordar.



Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy

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