Nací en Santa Cruz de la Sierra en el año
de 1871, en una tierra que aún guardaba silencios coloniales y latidos de
grandeza por venir. Provenía de familias tradicionales, sí, pero lejos de
acomodarme a sus rutinas, me inquietaba aquello que no se decía, lo que no se
pensaba con libertad. No me era suficiente ser hijo de una estirpe: yo quería
ser hijo del pensamiento, del examen, del juicio personal.
Mis primeros estudios transcurrieron sin
sobresaltos, pero fue en Sucre, ya mayor, donde hallé verdaderamente mi voz.
Allí me inicié como profesor interino de filosofía y literatura, y a la par que
enseñaba, bebía con sed de los libros, de los debates, de las ideas. Presenté
mi tesis Estudios Psicológicos ante
un tribunal que no esperaba encontrar en mí más que un eco, y en cambio escuchó
una disonancia: defendí la psicología como ciencia autónoma, reclamé el derecho
de la introspección a ser método legítimo, y al mismo tiempo abrí las puertas
al experimento, al dato empírico, a la carne viva del pensamiento humano.
Aquella tesis causó revuelo. Primero me
calificaron con una nota mediocre. Pero el escándalo que provocó el juicio
injusto, la reacción del auditorio —jóvenes como yo, ávidos de verdad—, obligó
a los jueces a rectificar. Me dieron la puntuación máxima. Más que un triunfo
personal, fue la prueba de que la razón puede hacer temblar incluso los muros
más viejos.
Ya de vuelta en mi ciudad natal, encontré
mi otra trinchera: la palabra impresa. Bajo el seudónimo de Erlando, escribí en el periódico El País, defendiendo una democracia con
raíces y no de cartón, una libertad pensante y no de consigna. No fui amigo del
socialismo importado a la fuerza, ni tampoco cómplice del feudalismo que se
disfrazaba de tradición. Fui, si algo, defensor del alma cruceña: libre,
alegre, reflexiva, y sí, también musical.
Me acusaron de que en Santa Cruz
bailábamos demasiado. Yo respondí que los pueblos que cantan y bailan son los
que aún no se han resignado. Porque mientras haya música, aún hay esperanza.
Tocaba el violín por las noches, como quien conversa con sus pensamientos más
íntimos.
Defendí causas que otros preferían
ignorar: como la denuncia de los traficantes de carne humana que enviaban a
nuestros hermanos al infierno gomero del Beni. Fui también jurista y sociólogo,
pero por sobre todo, fui un buscador de verdad.
Y ahora, que mis ideas vagan por los
rincones polvorientos de bibliotecas y los recuerdos dispersos de algunos
lectores fieles, me atrevo a preguntar…
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
Me gusto que cuando lo acusaron de bailar demasiado se resigno a dejar de bailar y dando unas palabras indpiradoras
ReplyDeleteQue buena biografía 👌
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