LUIS CARRANZAS SILES


 

Soy Luis Carranza Siles, boliviano, filósofo por vocación y por terquedad también. Nací con más preguntas que respuestas, y hasta el último día de mi vida seguí haciéndome la más esencial de todas: ¿qué significa ser humano? Algunos me conocieron por mis clases en universidades, otros por mis escritos, y unos pocos, los más valientes, por mis interminables conversaciones de café donde mezclaba filosofía, política, anécdotas de mi tierra, y hasta chistes malos (aunque para mí eran buenísimos).

Mi especialidad fue la antropología filosófica. No porque estuviera de moda, sino porque siempre sentí que entender al ser humano era clave para entender todo lo demás. Aporté con mis reflexiones y estudios sobre el origen, la naturaleza y el destino del hombre. Quise enriquecer lo que otros pensadores antes que yo ya habían dicho, sin caer en repetirlos, sino buscando sumarles. Como quien hereda una casa vieja y decide levantarle una nueva ala.

Una idea central que siempre defendí es que el ser humano no nace pensando. No, no es el pensamiento lo que nos hace humanos, sino que es al revés: nos hacemos humanos en la medida en que desarrollamos nuestra capacidad de pensar. Y ojo, no me refiero a pensar como resolver ecuaciones o memorizar fechas históricas, sino a pensar como tomar conciencia del mundo que habitamos y de cómo nos relacionamos con él.

Eso lo vi claramente en muchos pueblos ancestrales, esos que algunos llamaban “atrasados” pero que yo siempre consideré sabios. A través de su pensamiento, ellos llegaron a una conclusión que aún nos cuesta aceptar en el siglo XXI: que la mejor forma de vivir es en armonía con los demás y con el entorno. Ellos no necesitaban tratados filosóficos para saber que la vida no se trata de acumular cosas, sino de cuidar lo que nos rodea.

Sé que durante mucho tiempo, el ser humano no se detuvo a estudiarse a sí mismo. Estábamos ocupados conquistando, acumulando, explotando. Pero hoy, cuando las consecuencias de ese progreso destructivo nos explotan en la cara, nos vemos obligados a preguntarnos quiénes somos y hacia dónde vamos. Estudiar nuestra naturaleza ya no es un lujo filosófico, es una necesidad urgente.

Sobre la educación, siempre dije —y lo sostengo con fuerza— que es un proceso que nace desde adentro. La educación no se impone, se expresa. Es un reflejo de la vida misma. Y como la vida, no puede quedarse encerrada en sí misma: necesariamente trasciende. Educar no es llenar cabezas, es abrir caminos. Por eso insistía tanto en que los pueblos que aprenden a pensarse a sí mismos son los que pueden construir futuro.

Algunos me decían que hablaba demasiado. Otros, que pensaba demasiado. Yo simplemente respondía: “si no pensamos, ¿para qué estamos aquí?”. Porque al final, si no somos capaces de cuestionarnos, de imaginar algo mejor y de actuar en consecuencia, entonces, ¿qué nos diferencia de las piedras?

En fin, fui un pensador boliviano con más inquietudes que certezas. Tal vez no resolví todos los misterios del ser humano, pero si logré que alguien se haga una buena pregunta después de leerme, ya me doy por bien servido.


¿Charlamos un rato?

Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy

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