Nací en Vallegrande, el 26 de julio de
1819, entre las montañas suaves y el aire sereno de los valles orientales. Mi
infancia transcurrió entre libros heredados, el ejemplo austero de mi padre
Vicente y la dulzura de mi madre María del Patrocinio. Desde joven sentí una
sed insaciable de conocimiento y una sospecha temprana de que la palabra
escrita podía transformar al mundo.
Estudié en el Colegio de Ciencias y Artes
de Santa Cruz, y más tarde en Sucre, donde en 1848 me titulé como abogado. Pero
sería injusto decir que el derecho fue mi única vocación. La docencia, el
pensamiento, la poesía y la traducción fueron también ríos de mi vida. Enseñé
en el colegio Junín, en el Seminario Arquidiocesano y en la Universidad
Sucrense, que llegué a dirigir como cancelario.
Amé la filosofía con fervor, y fundé
junto a mi amigo Ángel Menacho la Sociedad Philética, y después, la Sociedad
del Progreso. Queríamos romper dogmas, pensar por cuenta propia, traducir a los
grandes autores de Europa y compartir sus ideas en nuestras revistas. No por
capricho, sino por amor a la libertad.
Fui también industrial. Sí, hice tazas y
platos de porcelana en la Sociedad Industrial de Sucre, porque siempre creí que
la belleza no debía vivir solo en los libros.
Escribí mucho, aunque a menudo en la
sombra. Mi novela La isla fue la
primera de Santa Cruz, publicada por entregas en 1864. Y antes de ello, en Algunas ideas sobre la literatura boliviana,
me atreví a soñar con una literatura propia, mestiza, americana.
Murió mi cuerpo el 14 de mayo de 1866,
pero aún escucho el eco de mis discípulos: Gabriel René Moreno, Santiago Vaca
Guzmán hijo, Benjamín Fernández… Tal vez, desde las páginas de un viejo
periódico, sigo enseñando a quienes no temen pensar por sí mismos.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
Me parece interesante el hecho de que desde muy joven, haiga tenido sed de conocimiento
ReplyDeleteMe parece bien que tuvo ejemplo de su padre y madre
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