Aquí estoy, María Luisa Sánchez, nacida
en la señorial Sucre aquel agosto de 1896. Crecí en un hogar de comodidades, y
el matrimonio con Armando Julio Urioste Arana, un hombre de la industria,
consolidó esa posición. Pero mi espíritu siempre buscó algo más allá de los
salones y las tertulias.
Junto a otras mujeres de mi misma
extracción social, sentimos la necesidad de despertar las conciencias
femeninas. Así nació, en 1923, el Ateneo Femenino. No era solo un espacio para
cultivar el intelecto, sino un faro que iluminara la búsqueda de nuestros
derechos fundamentales: el derecho a votar, a decidir sobre nuestras vidas a
través del divorcio, y a acceder a una educación que nos permitiera florecer
plenamente.
Éramos conscientes de que nuestras
demandas resonaban más con las mujeres de nuestra clase. Las compañeras
sindicalizadas, con sus luchas por las ocho horas de jornada, por mercados
dignos, por el cese del abuso, tenían prioridades nacidas de una realidad más
apremiante. No siempre fue fácil encontrar un terreno común, como aquella
primera Convención Nacional de Mujeres en el ‘29 lo evidenció. Las disonancias
de clase a veces levantaban muros entre nosotras.
Cuando la patria llamó en la Guerra del
Chaco, no dudé en sumarme a la "Sociedad Patriótica de Mujeres
Bolivianas" en 1932. Desde la secretaría general, trabajamos con fervor
para apoyar a nuestros hombres en el frente, llevando nuestro mensaje de unidad
y resistencia tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Un paréntesis fascinante en mi vida fue
mi paso por la dirección del Museo Tiwanaku en La Paz, entre el ‘33 y el ‘36.
Sumergirme en la grandeza de nuestra historia ancestral fue una experiencia
enriquecedora, aunque no exenta de críticas. Recuerdo con cierta ironía el
comentario de María Virginia Estenssoro en la “Gaceta de Bolivia”, esa sátira
sobre mis "juegos de muñecas con los monolitos gigantes". Entendía su
crítica a un mundo aristocrático que a veces parecía ajeno a las realidades más
duras.
Pero las críticas, aunque punzantes, no
lograron desviarme de mi camino. Mi activismo feminista se fortaleció, y la
arena política me atrajo con fuerza. Milité en el Partido de Izquierda
Revolucionaria (PIR), llegando a ser secretaria general, y luego me uní al
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), integrando el Comando Barzola.
Creía firmemente que la lucha por los derechos de las mujeres debía trascender
las palabras y plasmarse en leyes y en una participación activa en la
construcción de un país más justo.
En resumen, mi vida ha sido una búsqueda
constante de la igualdad y el reconocimiento de la dignidad de las mujeres
bolivianas. Mi contribución, quizás modesta, al feminismo y a la cultura de mi
país, es un legado que espero inspire a las generaciones futuras a seguir
luchando por una sociedad donde la igualdad no sea una promesa, sino una
realidad palpable.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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