Nací María Teresa Bustos y Salamanca,
allá por 1778, cerca de La Plata. Mis padres fueron Lorenzo Bustos y Evarista
Aldave Salamanca Foronda. Mi vida dio un giro cuando me uní en matrimonio con
Joaquín Lemoine en 1798, y juntos tuvimos una numerosa familia: Fortunato,
Indalecia, Hipólito, Calixta, Victoriano, Joaquín, Jacinto, Eulogio y Locadia
fueron nuestros hijos.
Cuando la llama de la revolución
encendió La Plata el 25 de mayo de 1809, mi esposo y yo no dudamos en unirnos
al movimiento. Con fervor patriótico, entregué mis propias joyas para apoyar la
causa, contribuyendo así a derrocar al presidente de la Real Audiencia de
Charcas, Ramón García de León y Pizarro.
Sin embargo, nuestro triunfo fue
efímero. La contrarrevolución liderada por el general Vicente Nieto nos
alcanzó. Fui arrestada y sentenciada a muerte. Aunque mi pena fue conmutada, el
castigo fue severo: todos mis bienes, una fortuna considerable de 60,000 pesos,
fueron confiscados. Fui desterrada a Lagunillas junto a mis hijos, obligándonos
a recorrer el camino a pie, como una humillación más.
Cuando la revolución volvió a triunfar,
regresé a La Plata vestida con un uniforme militar, un símbolo de mi compromiso
inquebrantable. Pero la rueda de la fortuna giró nuevamente en nuestra contra.
Tras la derrota en la Batalla de Sipe Sipe en 1815, fui arrestada por segunda
vez y enviada a las frías celdas de Oruro.
Allí permanecí prisionera hasta 1818,
cuando llegó la terrible sentencia: el fusilamiento. Recuerdo el horror de
aquella noche, los soldados irrumpiendo en la celda que compartía con otros
patriotas. Les dispararon uno a uno, sin piedad. Milagrosamente, fui la única a
la que perdonaron la vida, dejándome libre en medio de la masacre.
Regresé a La Plata meses después, pero
el cautiverio y el espanto del fusilamiento de mis compañeros habían minado mi
salud física y mental. La cordura se desvaneció, dejándome sumida en la locura.
Morí pobre y desolada el 30 de octubre de 1818 en La Plata. Mis hijos,
huérfanos de madre y sin recursos, fueron criados por la caridad de los
ciudadanos. Mi sacrificio por la libertad de nuestra tierra tuvo un precio
demasiado alto.
Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy
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