OSCAR ALFARO


Un siglo ha transcurrido desde mi nacimiento en la tierra florida de San Lorenzo, Tarija, aquel 5 de septiembre de 1921. Soy Óscar González Alfaro, aunque muchos me conocen como el poeta de los niños y jóvenes. En mi pueblo natal, cuna de valientes hombres y mujeres de dulce corazón, encontré la inspiración para plasmar en mis letras la sensibilidad pura que reside en el alma de cada niño, ese niño que palpita aún en el pecho de los adultos.

Para esas almas jóvenes, describí con cada palabra de mis cuentos y poemas la riqueza del folklore y la belleza sencilla de las costumbres de nuestra gente. A mis diecisiete años, presenté mi primera ofrenda literaria: Bajo el sol de Tarija. Más adelante, mi pasión por las letras me llevó a la noble tarea de enseñar castellano, lenguaje y literatura en la Normal de Canasmoro, nutriendo las mentes jóvenes en San Lorenzo y en diversos colegios e institutos de Tarija y La Paz.

Fui esposo y padre de familia, y mi voz resonó en el periodismo del siglo XX, produciendo el programa La República de los niños en radio Illimani y colaborando con mis columnas en varios periódicos. En La Paz, me uní al fervor del grupo literario y el movimiento cultural revolucionario que se expresó en la segunda generación de la revista Gesta Bárbara.

Mi espíritu siempre albergó inquietudes sociales, guiado por la profunda pasión de la enseñanza. Escribí principalmente para los niños, esas almas sensibles que descubrieron en mis cuentos y poemas las vivencias del hombre de campo, sus alegrías y tristezas, y también la lucha constante del hombre de ciudad por un mundo mejor.

En la calidez serena de mis obras se percibe un compromiso moral y cívico, tejido en los valores que impregnan mis cuentos y en esa prosa de ficción que alimenta la imaginación de niños y jóvenes. En mis relatos, la lucha del hombre por un mañana más justo converge con la inocencia de los personajes infantiles, creando una forma artística de denuncia social.

Mi humilde obra fue reconocida con el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos para Niños en 1956, y con Cuentos Chapacos obtuve el Premio Nacional de Cultura en 1963.

Mi partida fue temprana, un 25 de diciembre de 1963 en La Paz, cuando aún sentía tanto para dar. Pero mi obra es como la semilla que muere para dar frutos abundantes, como la flor que adorna eternamente la memoria del pueblo de las flores, San Lorenzo, tal como lo refleja la cueca Moto Méndez, letra de mi puño y música del maestro Nilo Soruco, una pieza que enriquece el colorido cultural de nuestra patria.

Mi trabajo es un ejemplo y fuente de inspiración para maestros y escritores contemporáneos, quienes a través de la ficción educan e instruyen a niños y jóvenes, ayudándolos a cultivar el hábito de la lectura para enarbolar con orgullo la bandera de la literatura juvenil.

En mi extensa creación literaria destacan títulos como Canciones de lluvia y tierra, Bajo el sol de Tarija, Cajita de música, Alfabeto de estrellas, Cien poemas para niños, La escuela de fiesta, La copla vivida, Poemas chapacos, El circo de papel, Caricaturas, Sueño de azúcar, Cuentos infantiles, Cuentos chapacos, El sapo que quería ser estrella y El pájaro de fuego y otros cuentos.

Mis escritos son considerados clásicos de la literatura infantil boliviana. En El pájaro de fuego, el lector descubre la utilidad en la vejez; en El sapo que quería ser estrella, se reflexiona sobre la importancia de brillar con luz propia sin dañar a otros. El pájaro revolucionario denuncia la persistente injusticia salarial; El violín robado nos enseña que solo en las manos correctas la belleza florece. Y en El hermano lobo, se evoca la leyenda de San Francisco, pero con un matiz sobre la hipocresía.

Mis poemas dedicados al civismo son un referente del amor a la patria y a la tierra. Mis versos equilibrados reflejan la lucha política y denuncian las injusticias sociales. Por su profundidad, mis obras han sido traducidas a varios idiomas. Mis poemas a Bolivia conmueven el corazón, y en Soneto a mi niña capturo la dulzura infantil en un trazo de papel. En La cruz de palo expreso mi amor por la naturaleza y los animales, y en El perro encuentro una profunda conexión con el ser humano.

En este mes de renacimiento floral, a cien años de mi nacimiento, reafirmo mi amor por la tierra que me vio nacer, por los niños y por quienes conservan el alma infantil, dejando en sus corazones mi pasión por las letras, por ese abecedario con el que construí sentidos y mensajes que perduran en el tiempo.


¿Charlamos un rato?

Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy

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