Mi esposo fue Francisco Rivero, y nuestro
padrino de matrimonio nada menos que el gran Ignacio Warnes, ese valiente que
soñó con una Santa Cruz libre. Lo vi luchar como un titán por esta tierra, y
también lo lloré cuando cayó en la batalla de El Pari, asesinado de forma
brutal, con su cuerpo profanado y su cabeza exhibida en la plaza como si así
pudieran silenciar el ideal de libertad.
Cuando vi aquel acto, el corazón se me
quebró. Le dije a mi esposo: “Si no traes la cabeza de mi padrino, no vuelvas a
casa”. No era solo un acto de desafío; era un pacto de honor. Y él cumplió. Con
ayuda de otros valientes, recuperó la cabeza de Warnes, y yo, con mis propias
manos, la envolví en un lienzo y la enterré debajo de mi cama. “Descansa aquí,
mi querido padrino, mientras la patria se libere”, susurré con lágrimas y
firmeza.
Pagamos caro ese gesto. Nuestra casa fue
incendiada varias veces por las tropas realistas, pero jamás revelé el secreto.
Esperé nueve años, hasta que la independencia se logró, y entonces, con el
corazón aliviado, revelé el lugar donde reposaban sus restos.
El relato de Ana Barba aporta una valiosa perspectiva femenina a la historia de la independencia.
ReplyDeleteHoy en día la recuerdan a Ana barba como amante de la patria
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