SERGIO NICOLAS ALMARAZ PAZ


 Nací en la ciudad de Cochabamba, un primero de diciembre de 1928, en el seno de una familia de clase media. Desde muy joven, las injusticias sociales me punzaron. A los veintidós años, en 1950, fui uno de los principales fundadores del Partido Comunista de Bolivia. Sin embargo, pronto descubrí el carácter autoritario y dogmático de esa organización, su incapacidad para comprender la compleja realidad de nuestra nación. En 1956, mi conciencia me obligó a romper con esa camisa de fuerza partidaria.

A partir de entonces, elegí otro camino para contribuir a la transformación social de mi patria: el desentrañamiento teórico de nuestra realidad y nuestra historia. Me dediqué a analizar las estructuras del poder y la ominosa dominación extranjera que mantenían a Bolivia sumida en la pobreza y la humillación colonial. De esa labor surgieron mis libros, mis ensayos, mis artículos, todos ellos una defensa apasionada del destino propio de nuestra nación: El petróleo en Bolivia, El poder y la caída, Réquiem para una república, y Para abrir el diálogo. Mi obra fue honrada al ser incluida en la colección de las 200 obras bolivianas más representativas de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia.

Mi visión autónoma de la realidad boliviana me acercó a la Revolución Nacional, y asumí su defensa con fervor. Sin embargo, jamás silencié mi juicio crítico sobre aquel proceso, ni me inhibí de denunciar las capitulaciones de su conducción política.

La vida me arrebató prematuramente, a los treinta y nueve años, en la madrugada del 11 de mayo de 1968, en La Paz, víctima de las complicaciones de unas crueles úlceras gástricas.

Mi pensamiento siempre giró en torno a la defensa de nuestros recursos naturales, como lo expresé en El petróleo en Bolivia: "La explotación de las riquezas naturales por el capital monopolista no sólo representa para los pueblos considerables pérdidas económicas, constituye también la injerencia de sus asuntos internos. Comúnmente los privilegios de los consorcios petroleros son logrados al precio del avasallamiento de la soberanía nacional".

En El poder y la caída, mi llamado fue a la construcción de una conciencia nacional fuerte y obstinada, como la que surgió en las planicies mineras con María Barzola: "La búsqueda de una nueva conciencia nacional, cuya fuerza obstinada sea tan grande como la que alteró el curso de la historia en [las planicies mineras de] María Barzola, no depende solamente de la investigación del pasado. Hay un presente ante el cual los resultados de la praxis cuentan más que el análisis teórico. La combinación de estos factores, y exclusivamente ella, posibilitará el retorno al curso ascendente de la historia".

Incluso en el seno de la revolución, advertí sobre los peligros de la claudicación, como escribí en Réquiem para una república: "La revolución desde el gobierno también puede capitular con retrocesos lentos, a veces imperceptibles. Una pulgada basta para separar un campo del otro. Se puede ceder en esto o aquello, pero un punto lo cambia todo; a partir de él la revolución estará perdida. Por esto suena falsa la proclamación de la irreversibilidad de la historia cuando se confunde la totalidad del proceso con una de sus áreas particulares".

Mi ideario siempre buscó fundamentar la defensa del interés nacional sobre nuestros recursos y convocar a la construcción de una conciencia nacional capaz de sostener un Estado soberano y una sociedad justa y democrática. Ojalá mis palabras sigan resonando en el corazón de mi Bolivia.




Romiari reta/ Parlasiñani/ Parlakuy

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